Uno de los aparatos que más éxito está teniendo últimamente
son las
Google Glass.
Lo más llamativo es su capacidad para recibir la información
audio-visual directamente en nuestros sentidos, sin tener que mirar una pantalla o utilizar unos auriculares, así como poder disponer de las manos con
total libertad.
Esto nos abre un increíble abanico de posibilidades a la
hora de poder recibir formación personalizada, en tiempo real y con
aplicación práctica sobre lo que estamos visualizando.
Otros wearables como las pulseras permitirían por ejemplo,
vigilar a los niños en salidas didácticas a un museo.
Ahora mismo uno de los mayores inconvenientes es el costo, aunque irá disminuyendo a
medida que la tecnología se perfeccione.
Seguramente se podría producir un debate entre aquellos que
defienden la educación tradicional
y los que experimentan con
las nuevas tecnologías.
A favor parece claro que todo suma
posibilidades.
En contra, se dice que nos alejamos del conocimiento
profundo en favor de lo superficial.
Podríamos aprender a controlar todo
tipo de dispositivos, pero no a comprender a fondo un texto complejo.
Mi opinión es que el uso de la tecnología en educación debe ir
acompañado por una buena asesoría del profesor. Es un recurso, no un fin
en sí mismo.
Algunos docentes no
podrán adaptarse a la metodología que está por llegar en el uso de los
wearables,
igual que pasó con la introducción de las TIC en los centros
educativos,
pero otros tendrán la oportunidad de llegar a más alumnos,
de una forma más eficaz y con resultados personalizados.
El profesor
será ‘uno más’, indicará y ayudará pero el agente activo del aprendizaje
será el alumno.
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